1
Ocho de septiembre del 2004(pasado).
Miro hacia abajo y veo mis pies que
rebotan una y otra vez en el suelo. Uno. Dos. Tres. Y así todo el rato. Parecen
ir solos. Casi ni me muevo. Empiezo a cansarme, pero no puedo rendirme. Unos saltos
más y habré ganado, como siempre. Cuarenta. Cuarenta y uno. Cuarenta y dos. Ya.
Paro en seco. La cabeza me da vueltas. Creo que va a estallar. Me pongo de
rodillas en el suelo y todo a mi alrededor no para de moverse, y de repente
para. Todo es normal. Me pongo de pie y cojo la cuerda, Brigitte da unos pasos
y se coloca al medio. Gina y yo contamos hasta tres y empezamos a hacer girar
la cuerda. Brigitte empieza a saltar torpemente. Uno. Dos. Tres. Se tropieza,
pierde el equilibrio y se balancea hasta quedarse quieta en el mismo sitio en
el que empezó a saltar.
Recuerdo aquel día como si fuera ayer,
todas las tardes, después del colegio, íbamos al parque, Brigitte, Gina y yo.
Nos encantaba saltar a la cuerda, nos pasábamos horas allí, hasta que se hacía
de noche.
Me sentía observada, todo el rato, en
todo momento. Busqué alrededor y no había nadie que me mirase, en realidad no
había nadie más en el parque. Cuando me di la vuelta, vi una pequeña sombra que
se escondía tras el tobogán. Entonces no podía parar de pensar en eso, a cada
momento miraba y seguía allí quieta, no se movía y seguía en la misma posición.
De repente me olvidé por completo de la
sombra y volví a concentrarme en hacer que la cuera girase correctamente y no
hacer perder a ninguna de mis amigas.
—
¡Ay! Jo, no des tan fuete –dijo Brigitte agotada de tanto saltar.
—
No doy fuete es que tu saltas muy despacio –contesté en tono
burlón.
—
Que mentira, tienes que dar a la misma velocidad que Gina y das
mucho más rápido –me reprocha.
—
Parad ya de discutir –dijo la más mayor, Gina.
—
Es que me pone nerviosa –dije con voz protestona.
—
¡oye! Al menos yo no tengo esa voz de pito insoportable.
—
¿perdona? Yo no tengo voz de pito –grité, pero sí que la tenía y
aun me lo recuerda cuando discutimos.
—
Claro que sí y es muy irritante.
—
Por lo menos yo aguanto más de tres saltos –digo y luego me
arrepiento porque sé que eso le molesta mucho.
—
¿Podéis parar ya? –protesta Gina– os lo agradecería mucho.
—Pues vale –contesté yo, que siempre me gusta tener la última
palabra en estas estúpidas discusiones.
Estaba
cansada de discutir todo el día con Brigitte, todos los días era igual, aunque
no siempre por su culpa, Gina nos pedía con mucha paciencia que parasemos, pero
es que Brigitte era un poco insoportable, y lo sigue siendo. No ha cambiado
mucho, en realidad ninguna ha cambiado mucho.
Nos
fuimos a casa y como todos los días, enfadadas. Gina no sabía muy bien qué
hacer, ella nunca discutía, se callaba y ya está. Por el camino nos mirábamos
desafiantes y me esforzaba por no reírme, no estaba enfadada pero ella se lo
tomaba todo tan a pecho y se enfadaba tanto que incluso me hacía gracia. Mi
casa estaba la primera a sí que me despedí.
- —Hasta mañana Gina –dije simpática- Adiós Brigitte –añadí
sonriendo.
Ellas
siguieron caminando dos calles más hacia abajo y cada una se metió en su casa
sin decir ni una palabra. Gina no tenía nada que ver con esto, pero a Brigitte
con tal de estar enfadada con alguien lo que fuese.
Nueve
de septiembre de 2004(pasado).
Era
el segundo día de clase y las tres fingíamos no acordarnos de los que había
pasado el día anterior, en realidad no tenía más importancia que todas las
discusiones que habíamos tenido anteriormente.
Llegamos
al parque y como siempre Gina era la primera en saltar, empecé a girar la
cuerda a la vez que Brigitte unos 3 metros más por delante de mí. Y por hacer
la gracia comento:
- —Brigitte, ¿así te gusta más como doy?
—Jajá, muy graciosa.
- —Gracias –dijo con voz simpática.
Gina
puso los ojos en blanco y siguió saltando.
- —¿Por qué nos mira ese niño? –preguntó Brigitte un poco cansada de
sus miradas.
- —Es William, el nuevo, ¿no lo recuerdas? –dije en tono de
sabelotodo.
- —Si, es verdad.
- —Se ha venido a vivir a Paris porque a su madre le han ofrecido un
trabajo aquí, el viene de Toulouse.
- —Cómo lo sabes… –comentó Gina un poco picara.
- —Lo sé porque lo ha explicado en clase cuando la señorita ha hecho
que los nuevos se presenten –contesté un poco confusa.
- —Ya, claro… -dijo Brigitte- uh, a Valerie le gusta el nuevo rarito.
- —
¡No me gusta! Y no es rarito –le defendí aunque él no lo supiese.
¡Ah!
Odio cuando Brigitte y Gina se ponen así de tontas. Son insoportables cuando
dicen esas cosas.
10
de septiembre de 2004(pasado).
-
—Hola –dije simpática.
- —Hola –contestó William sobresaltado.
- —¿Qué haces?
- —Hummm… nada –era evidente, pero solo quería ser simpática.
Se
quedó quieto, mirando al suelo, sin decir nada. Creo que intentaba sonreír,
pero veía que eso le resultaba imposible. Dio unos pasos hacia atrás, como si
tuviese miedo. Caminé hacia él y le pregunté suavemente:
- —¿Quieres jugar con nosotras?
- —Pues, es que... a mí no me gusta saltar a la comba –contestó aun
tímido.
- —Juguemos a otra cosa –dije y luego me arrepentí.
Era
mejor persona que Brigitte y Gina, pero tampoco quería jugar solo con Will, ¿le
acababa de llamar Will? ¿Qué confianzas son esas? Buen qué más da, de todas
maneras no podía saber lo que pensaba.
- —¿Podemos jugar al escondite? –preguntó entusiasmado.
- —Claro, voy a decirles a mis amigas que vengan a jugar con nosotros.
Sabía
que a ellas no les apetecería mucho, por eso me acerqué a ellas y les suplique
que jugaran con nosotros solo hoy.
- —Está bien, pero solo hoy –dijo Gina, mientras que Brigitte
protestaba por detrás.
Yo
sabía que él era diferente, y por ello incluso me pareció interesante, empecé a
creer que seriamos buenos amigos, quizá incluso me obsesioné con la idea de
tener un amigo que fuera un chico, pero no me gustaba que fuese más listo que
yo.
11
de septiembre de 2004(pasado).
-
— Dijiste que solo sería un día –dijo Gina.
No
me esperaba esto de ella, pensaba que era mejor persona, o por o menos mejor
amiga.
- —Lo sé, pero es que me da tanta pena –dije con tono convincente.
- —No nos gusta ese niño, es un poco rarito –añadió Brigitte.
- —No es rarito, solo es diferente, también tiene derecho a tener
amigos –le dije ofendida aunque el insulto no fuera para mí, no me había
parecido bien.
- —Pues que se busque otros amigos –ahora Gina empezaba a hablar con
un tono un poco extraño en ella, que siempre era tan dulce.
- —No tiene otros amigos –dije cabizbaja, apenada por el niño.
- —Pues tendrás que elegir entre el o nosotras –eso sí que me lo
esperaba de Brigitte, odiaba no ser el centro de atención –a mi no me cae bien.
- —No lo conoces, no juzgues a alguien sin conocerlo.
- —Brigitte tiene razón, por una vez estoy con ella –a Gina no le
gustaba meterse entre nuestras discusiones, siempre me daba la razón a mí y
Brigitte se enfadaba. –si quieres ser su amiga, no puedes ser nuestra.
- —Vale, pues adiós, no quiero ser amiga de una niñas infantiles que
no soportan que su mejor amiga vaya con otras personas. Creía que nosotras
siempre seriamos amigas, lo prometimos –dije triste, pero me di la vuelta, no
quería que me vieran llorar.
Ellas eran mis mejores amigas y no quería perderles, y no me rendiría tan pronto, lucharía por ellas, pero en ese momento
no, estaba enfadada, no me parecía bien que hubieran juzgado a William sin
apenas conocerlo, no pensaba que ellas eran así, pero eran mis amigas y las
quería.
Corrí, mientras mis lagrimas caían
rápidamente por mi cara, no quería que nadie me viera llorar, no quería que la
gente pensara que era una niña pequeña –aunque lo era –corrí desesperadamente
hasta esconderme una casita un poco mas apartada que el resto de los columpios,
para ocultarme en ella, y llorar. Pero cuando llegué allí…
- —¿Qué te
pasa? –me preguntó una persona un tanto familiar.
- — Nada, nada
importante –dije intentando ocultar mis lágrimas.
- —No puedes
engañarme, se que estas llorando, vamos, a mi puedes contármelo.
- —No quiero
hablar de ello ¿vale? Simplemente estoy triste, me pasa muchas veces –intentaba
no llorar pero era algo imposible.
- —A mí también
me pasa, cuando alguien me dice que no quiere ser mi amigo.
- —A mí nadie
me ha dicho eso, solo que están un poco enfadadas, pero ya se les pasará –dije
aun sollozando, pero sabía que no sería tan fácil.
Estaba
claro que yo no podía perderlas, pero tampoco iba a perderle a él, solo
teníamos siete años, tenía derecho a tener amigos, pero si ellas se iban,
ninguno de los dos los tendría ¿Qué podía hacer?
- — Seguro que
se les pasa –intentaba consolarme, pero se notaba que no tenía mucha
experiencia.
- —Ya, sí,
claro, seguro que se les pasa… -decir eso hace que vuelva a estallar en
lágrimas.
Desde
que teníamos tres años, habíamos sido amigas, y cuando una lloraba las otras dos
estaba ahí para apoyarla, pero ellas ahora no estaban, y de hecho, me alegraba,
pensar que me había ido de su lado para ayudar a un niño solitario, recién
llagado a la ciudad, me hacía sentirme buena persona, pero necesitaba que
alguien me consolara y creo que Will no tenía mucha intención de hacerlo.
- — Gracias por
estar aquí –dije después de un rato de silencio.
- — De nada –me
contestó.
Y
giró la cabeza como si detrás del agujero negro en el que estábamos escondidos
fuera a encontrar una respuesta o tan solo algo que me ayudara a sentirme
mejor. Al parecer lo encontró, sabía algo que los dos ahora mismo
necesitábamos: un amigo.
- —Espero que
seamos amigos mucho tiempo –dijo al cabo de un rato mirando a la oscuridad.
- —Te lo
prometo –dije sin saber muy bien el porqué.
- —No era para
que lo prometieses –dijo un poco confuso.
- —Lo sé, pero
quiero prometerlo, ¿tú quieres? –pregunté con miedo a que la única persona que
ahora me importaba algo me rechazara también.
- —Claro, ¿Cómo
se hace eso?
- —Date un beso
en el dedo pulgar y júntalo con el mío.
Era
lo mismo que cuatro años antes había hecho con las que en ese momento no sabía
si eran mis amigas, pensar esto me hace que un escalofrió me recorriera todo el
cuerpo y que una lagrima caliente y rápida cayera por mi mejilla y se perdiera
al llegar a la barbilla.
En
ese momento los dos nos damos un beso en el dedo pulgar, los juntamos y decimos:
- —Lo prometo.