miércoles, 5 de septiembre de 2012


2

Siete años después.

Me llamo Valerie Mercier, tengo 14 años y nunca he basado a un chico, mis mejores amigas tampoco lo han hecho y piensan que es normal, al contrario que yo. Pero tampoco he encontrado nunca el chico ideal con el que hacerlo. A veces pienso que soy diferente ¿y si lo soy? Pienso que no soy como las demás chicas de mi clase, ellas visten con ropa de pu… y llevan camisetas escotadas y ajustadas para que los chicos les miren las tetas y les toquen el culo (lo peor de todo es que ellos lo hacen).

Desde hace siete años, aquel niño sin amigos que siempre estaba triste observando cómo jugaban los demás niños desde la parte más alta del tobogán, se ha convertido en mi mejor amigo, prometiendo que nunca nos separaremos y no dejaremos que nadie se interponga en nuestro camino, con el que prometí que siempre estaríamos juntos y con el que ahora sigue siendo mi mejor amigo, pero con el que ya no puedo jugar al escondite ni saltar a la comba, con el que ahora empiezo a romper mi promesa.

Con el tiempo me he dado cuenta de que nadie es como dice ser, ni siquiera yo soy como digo ser, supongo que tengo mis razones igual que todo el mundo. Mi razón es que mientras las chicas de mi edad están por ahí besando chicos y perdiendo la que seguramente sea la mejor etapa de su vida (o al menos eso dice mi abuela) y que dentro de muchos años se darán cuenta de que debería haber sido mejor, yo estoy en mi casa, con mis amigas o con Will o simplemente sola haciendo cosas estúpidas y sin sentido para algunas personas y viendo películas de amor imaginándome que algún día pueda ser yo esa chica perdidamente enamorada de un chico que seguramente nunca se fijará en ella y luego él también se fija en ella y los dos terminan felices y comiendo perdices. «No te dejes engañar» me digo siempre, una y otra vez cuando pienso que me pasará algún día. Pero, ¿Por qué no me podría pasar a mí? «Sigue soñando, Valerie» suena tooooodo el día en mi mente.

Pero créeme algún día pasará.

lunes, 3 de septiembre de 2012


1

Ocho de septiembre del 2004(pasado).

Miro hacia abajo y veo mis pies que rebotan una y otra vez en el suelo. Uno. Dos. Tres. Y así todo el rato. Parecen ir solos. Casi ni me muevo. Empiezo a cansarme, pero no puedo rendirme. Unos saltos más y habré ganado, como siempre. Cuarenta. Cuarenta y uno. Cuarenta y dos. Ya. Paro en seco. La cabeza me da vueltas. Creo que va a estallar. Me pongo de rodillas en el suelo y todo a mi alrededor no para de moverse, y de repente para. Todo es normal. Me pongo de pie y cojo la cuerda, Brigitte da unos pasos y se coloca al medio. Gina y yo contamos hasta tres y empezamos a hacer girar la cuerda. Brigitte empieza a saltar torpemente. Uno. Dos. Tres. Se tropieza, pierde el equilibrio y se balancea hasta quedarse quieta en el mismo sitio en el que empezó a saltar.
Recuerdo aquel día como si fuera ayer, todas las tardes, después del colegio, íbamos al parque, Brigitte, Gina y yo. Nos encantaba saltar a la cuerda, nos pasábamos horas allí, hasta que se hacía de noche.
Me sentía observada, todo el rato, en todo momento. Busqué alrededor y no había nadie que me mirase, en realidad no había nadie más en el parque. Cuando me di la vuelta, vi una pequeña sombra que se escondía tras el tobogán. Entonces no podía parar de pensar en eso, a cada momento miraba y seguía allí quieta, no se movía y seguía en la misma posición.
De repente me olvidé por completo de la sombra y volví a concentrarme en hacer que la cuera girase correctamente y no hacer perder a ninguna de mis amigas.
         —     ¡Ay! Jo, no des tan fuete –dijo Brigitte agotada de tanto saltar.
         —     No doy fuete es que tu saltas muy despacio –contesté en tono burlón.
         —     Que mentira, tienes que dar a la misma velocidad que Gina y das mucho más rápido –me reprocha.
         —     Parad ya de discutir –dijo la más mayor, Gina. 
         —     Es que me pone nerviosa –dije con voz protestona.
         —     ¡oye! Al menos yo no tengo esa voz de pito insoportable.
         —     ¿perdona? Yo no tengo voz de pito –grité, pero sí que la tenía y aun me lo recuerda cuando discutimos.
         —     Claro que sí y es muy irritante.
         —     Por lo menos yo aguanto más de tres saltos –digo y luego me arrepiento porque sé que eso le molesta mucho.
         —     ¿Podéis parar ya? –protesta Gina– os lo agradecería mucho. 
            —Pues vale –contesté yo, que siempre me gusta tener la última palabra en estas estúpidas discusiones.
Estaba cansada de discutir todo el día con Brigitte, todos los días era igual, aunque no siempre por su culpa, Gina nos pedía con mucha paciencia que parasemos, pero es que Brigitte era un poco insoportable, y lo sigue siendo. No ha cambiado mucho, en realidad ninguna ha cambiado mucho.
Nos fuimos a casa y como todos los días, enfadadas. Gina no sabía muy bien qué hacer, ella nunca discutía, se callaba y ya está. Por el camino nos mirábamos desafiantes y me esforzaba por no reírme, no estaba enfadada pero ella se lo tomaba todo tan a pecho y se enfadaba tanto que incluso me hacía gracia. Mi casa estaba la primera a sí que me despedí.
-             Hasta mañana Gina –dije simpática- Adiós Brigitte –añadí sonriendo.
Ellas siguieron caminando dos calles más hacia abajo y cada una se metió en su casa sin decir ni una palabra. Gina no tenía nada que ver con esto, pero a Brigitte con tal de estar enfadada con alguien lo que fuese.

Nueve de septiembre de 2004(pasado).

Era el segundo día de clase y las tres fingíamos no acordarnos de los que había pasado el día anterior, en realidad no tenía más importancia que todas las discusiones que habíamos tenido anteriormente.
Llegamos al parque y como siempre Gina era la primera en saltar, empecé a girar la cuerda a la vez que Brigitte unos 3 metros más por delante de mí. Y por hacer la gracia comento:
-             Brigitte, ¿así te gusta más como doy?             
           —Jajá, muy graciosa.
-             Gracias –dijo con voz simpática.
      Gina puso los ojos en blanco y siguió saltando.
-             ¿Por qué nos mira ese niño? –preguntó Brigitte un poco cansada de sus miradas.
-             Es William, el nuevo, ¿no lo recuerdas? –dije en tono de sabelotodo.
-             Si, es verdad.
-             Se ha venido a vivir a Paris porque a su madre le han ofrecido un trabajo aquí, el viene de Toulouse.
-             Cómo lo sabes… –comentó Gina un poco picara.
-             Lo sé porque lo ha explicado en clase cuando la señorita ha hecho que los nuevos se presenten –contesté un poco confusa.
-             Ya, claro… -dijo Brigitte- uh, a Valerie le gusta el nuevo rarito.
-               ¡No me gusta! Y no es rarito –le defendí aunque él no lo supiese.
¡Ah! Odio cuando Brigitte y Gina se ponen así de tontas. Son insoportables cuando dicen esas cosas.

10 de septiembre de 2004(pasado).
-        
                Hola –dije simpática.
-             Hola –contestó William sobresaltado.
-             ¿Qué haces?
-             Hummm… nada –era evidente, pero solo quería ser simpática.
Se quedó quieto, mirando al suelo, sin decir nada. Creo que intentaba sonreír, pero veía que eso le resultaba imposible. Dio unos pasos hacia atrás, como si tuviese miedo. Caminé hacia él y le pregunté suavemente:
-             ¿Quieres jugar con nosotras?
-             Pues, es que... a mí no me gusta saltar a la comba –contestó aun tímido.
-             Juguemos a otra cosa –dije y luego me arrepentí.
Era mejor persona que Brigitte y Gina, pero tampoco quería jugar solo con Will, ¿le acababa de llamar Will? ¿Qué confianzas son esas? Buen qué más da, de todas maneras no podía saber lo que pensaba.
-             ¿Podemos jugar al escondite? –preguntó entusiasmado.
-             Claro, voy a decirles a mis amigas que vengan a jugar con nosotros.
Sabía que a ellas no les apetecería mucho, por eso me acerqué a ellas y les suplique que jugaran con nosotros solo hoy.
-          Está bien, pero solo hoy –dijo Gina, mientras que Brigitte protestaba por detrás.
Yo sabía que él era diferente, y por ello incluso me pareció interesante, empecé a creer que seriamos buenos amigos, quizá incluso me obsesioné con la idea de tener un amigo que fuera un chico, pero no me gustaba que fuese más listo que yo.

11 de septiembre de 2004(pasado).
-          
           — Dijiste que solo sería un día –dijo Gina.
No me esperaba esto de ella, pensaba que era mejor persona, o por o menos mejor amiga.
-             Lo sé, pero es que me da tanta pena –dije con tono convincente.
-             No nos gusta ese niño, es un poco rarito –añadió Brigitte.
-             No es rarito, solo es diferente, también tiene derecho a tener amigos –le dije ofendida aunque el insulto no fuera para mí, no me había parecido bien.
-             Pues que se busque otros amigos –ahora Gina empezaba a hablar con un tono un poco extraño en ella, que siempre era tan dulce.
-             No tiene otros amigos –dije cabizbaja, apenada por el niño.
-             Pues tendrás que elegir entre el o nosotras –eso sí que me lo esperaba de Brigitte, odiaba no ser el centro de atención –a mi no me cae bien.
-              No lo conoces, no juzgues a alguien sin conocerlo.
-              Brigitte tiene razón, por una vez estoy con ella –a Gina no le gustaba meterse entre nuestras discusiones, siempre me daba la razón a mí y Brigitte se enfadaba. –si quieres ser su amiga, no puedes ser nuestra.
-              Vale, pues adiós, no quiero ser amiga de una niñas infantiles que no soportan que su mejor amiga vaya con otras personas. Creía que nosotras siempre seriamos amigas, lo prometimos –dije triste, pero me di la vuelta, no quería que me vieran llorar.
      
Ellas eran mis mejores amigas y no quería perderles, y no me rendiría tan pronto, lucharía por ellas, pero en ese momento no, estaba enfadada, no me parecía bien que hubieran juzgado a William sin apenas conocerlo, no pensaba que ellas eran así, pero eran mis amigas y las quería.
      Corrí, mientras mis lagrimas caían rápidamente por mi cara, no quería que nadie me viera llorar, no quería que la gente pensara que era una niña pequeña –aunque lo era –corrí desesperadamente hasta esconderme una casita un poco mas apartada que el resto de los columpios, para ocultarme en ella, y llorar. Pero cuando llegué allí…
-                ¿Qué te pasa? –me preguntó una persona un tanto familiar.
-                — Nada, nada importante –dije intentando ocultar mis lágrimas.
-                No puedes engañarme, se que estas llorando, vamos, a mi puedes contármelo.
-                No quiero hablar de ello ¿vale? Simplemente estoy triste, me pasa muchas veces –intentaba no llorar pero era algo imposible.
-                 A mí también me pasa, cuando alguien me dice que no quiere ser mi amigo.
-                 A mí nadie me ha dicho eso, solo que están un poco enfadadas, pero ya se les pasará –dije aun sollozando, pero sabía que no sería tan fácil.
Estaba claro que yo no podía perderlas, pero tampoco iba a perderle a él, solo teníamos siete años, tenía derecho a tener amigos, pero si ellas se iban, ninguno de los dos los tendría ¿Qué podía hacer?
-                   Seguro que se les pasa –intentaba consolarme, pero se notaba que no tenía mucha experiencia.
-                 Ya, sí, claro, seguro que se les pasa… -decir eso hace que vuelva a estallar en lágrimas.
Desde que teníamos tres años, habíamos sido amigas, y cuando una lloraba las otras dos estaba ahí para apoyarla, pero ellas ahora no estaban, y de hecho, me alegraba, pensar que me había ido de su lado para ayudar a un niño solitario, recién llagado a la ciudad, me hacía sentirme buena persona, pero necesitaba que alguien me consolara y creo que Will no tenía mucha intención de hacerlo.
-                 — Gracias por estar aquí –dije después de un rato de silencio.
-                 — De nada –me contestó.
Y giró la cabeza como si detrás del agujero negro en el que estábamos escondidos fuera a encontrar una respuesta o tan solo algo que me ayudara a sentirme mejor. Al parecer lo encontró, sabía algo que los dos ahora mismo necesitábamos: un amigo.
-                 Espero que seamos amigos mucho tiempo –dijo al cabo de un rato mirando a la oscuridad.
-                 Te lo prometo –dije sin saber muy bien el porqué.
-                 No era para que lo prometieses –dijo un poco confuso.
-                 Lo sé, pero quiero prometerlo, ¿tú quieres? –pregunté con miedo a que la única persona que ahora me importaba algo me rechazara también.
-                 Claro, ¿Cómo se hace eso?
-                 Date un beso en el dedo pulgar y júntalo con el mío.
Era lo mismo que cuatro años antes había hecho con las que en ese momento no sabía si eran mis amigas, pensar esto me hace que un escalofrió me recorriera todo el cuerpo y que una lagrima caliente y rápida cayera por mi mejilla y se perdiera al llegar a la barbilla.
En ese momento los dos nos damos un beso en el dedo pulgar, los juntamos y decimos:

-               Lo prometo.